martes, 25 de septiembre de 2007

Adán y Eva, grabado de Durero



Antígona de Sófocles


Frederic Leighton (británico, 1830-1896), Antigona


“Hay muchas maravillas en el mundo, pero nada es más admirable que el hombre.
Él se traslada en el encrespado mar llevado de impetuoso viento, atravesando el abismo de las rugientes olas.
Y a la Tierra, la excelsa, eterna e infatigable diosa, le arranca el fruto año tras año con su arado y con sus mulas.
Se apodera de las leves y rápidas aves tendiéndoles redes y apresa a las bestias salvajes a los peces del mar con mallas debidas a su habilidad.
El ingenio del hombre le permite dominar a las bestias que pueblan los montes, domestica el caballo salvaje y le impone el yugo a la cerviz del indómito toro.
Con el arte de la palabra y con el pensamiento, sutil y más veloz que el viento, pergeñó en las asambleas las leyes que gobiernan las ciudades.
Maestro de sí mismo, aprendió a evitar las molestias de la lluvia, de la intemperie y del crudo invierno.
Se creó recursos para todo y por estar bien provisto no ha de hallarlo desarmado el futuro.
Solamente contra la muerte no tiene defensa, aunque supo hallar remedio para incontables males.
Dueño de la ingeniosa inventiva que supera todo ambición, el hombre se encamina por momentos hacia el bien o hacia el mal, y así suele violar las leyes de la patria o quebranta el sagrado juramento de los dioses.”

lunes, 24 de septiembre de 2007

El origen del hombre según el cristinansimo (tres primeros capítulos del Génesis

Gn. 1, 1 - 31

LA SEMANA DE LA CREACIÓN [1] En el principio, cuando Dios creó los cielos y la tierra, [2] todo era confusión y no había nada en la tierra. Las tinieblas cubrían los abismos mientras el espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas. [3] Dijo Dios: «Haya luz», y hubo luz. [4] Dios vio que la luz era buena, y separó la luz de las tinieblas. [5] Dios llamó a la luz "Día" y a las tinieblas "Noche". Atardeció y amaneció: fue el día Primero.
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[26] Dijo Dios: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Que tenga autoridad sobre los peces del mar y sobre las aves del cielo, sobre los animales del campo, las fieras salvajes y los reptiles que se arrastran por el suelo.» [27] Y creó Dios al hombre a su imagen. A imagen de Dios lo creó. Macho y hembra los creó. [28] Dios los bendijo, diciéndoles: «Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla. Tengan autoridad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra.»
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Gn. 2, 1 - 25
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[7] Entonces Yavé Dios formó al hombre con polvo de la tierra; luego sopló en sus narices un aliento de vida, y existió el hombre con aliento y vida. [8] Yahvé Dios plantó un jardín en un lugar del Oriente llamado Edén, y colocó allí al hombre que había formado. [9] Yavé Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles, agradables a la vista y buenos para comer. El árbol de la Vida estaba en el jardín, como también el árbol de la Ciencia del bien y del mal.
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[15] Yavé Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara. [16] Y Yahvé Dios le dio al hombre un mandamiento; le dijo: «Puedes comer todo lo que quieras de los árboles del jardín, [17] pero no comerás del árbol de la Ciencia del bien y del mal. El día que comas de él, ten la seguridad de que morirás.» [18] Dijo Yavé Dios: «No es bueno que el hombre esté solo. Le daré, pues, un ser semejante a él para que lo ayude.»
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[21] Entonces Yavé hizo caer en un profundo sueño al hombre y éste se durmió. Le sacó una de sus costillas y rellenó el hueco con carne. [22] De la costilla que Yavé había sacado al hombre, formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces el hombre exclamó: [23] «Esta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada varona porque del varón ha sido tomada.» [24] Por eso el hombre deja a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y pasan a ser una sola carne. [25] Los dos estaban desnudos, hombre y mujer, pero no sentían vergüenza.

Gn. 3, 1 - 24
LA TENTACIÓN Y LA CAÍDA [1] La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que Yavé Dios había hecho. Dijo a la mujer: «¿Es cierto que Dios les ha dicho: No coman de ninguno de los árboles del jardín?» [2] La mujer respondió a la serpiente: «Podemos comer de los frutos de los árboles del jardín, [3] pero no de ese árbol que está en medio del jardín, pues Dios nos ha dicho: No coman de él ni lo prueban siquiera, porque si lo hacen morirán.» [4] La serpiente dijo a la mujer: «No es cierto que morirán. [5] Es que Dios sabe muy bien que el día en que coman de él, se les abrirán a ustedes los ojos; entonces ustedes serán como dioses y conocerán lo que es bueno y lo que no lo es.» [6] A la mujer le gustó ese árbol que atraía la vista y que era tan excelente para alcanzar el conocimiento. Tomó de su fruto y se lo comió y le dio también a su marido que andaba con ella, quien también lo comió.
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LA SENTENCIA DE DIOS
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[16] A la mujer le dijo: «Multiplicaré tus sufrimientos en los embarazos y darás a luz a tus hijos con dolor. Siempre te hará falta un hombre, y él te dominará." [17] Al hombre le dijo: «Por haber escuchado a tu mujer y haber comido del árbol del que Yo te había prohibido comer, maldita sea la tierra por tu causa. Con fatiga sacarás de ella el alimento por todos los días de tu vida. [18] Espinas y cardos te dará, mientras le pides las hortalizas que comes. [19] Con el sudor de tu frente comerás tu pan hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste sacado. Sepas que eres polvo y al polvo volverás.»
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Los entes ideales y los entes sensibles (pasaje del Fedón de Platón)

Muerte de Sócrates, por el pintor francés David
-Pasemos, pues -prosiguió-, a lo tratado en el argumento anterior. La realidad en sí, de cuyo ser demos razón en nuestras preguntas y respuestas, ¿se presenta siempre del mismo modo y en idéntico estado, o cada vez de manera distinta? Lo igual en sí, lo bello en sí, cada una de las realidades en sí, se admite en ellas un cambio cualquiera? ¿O constantemente cada una de esas realidades que tienen en si y con respecto a si misma una única forma, siempre se presenta en idéntico modo y en idéntico estado, y nunca, en ningún momento y de ningún modo, admite cambio alguno?
-Necesario es, Sócrates -respondió Cebes-, que se presente en idéntico modo y en idéntico estado.
-¿Y qué ocurre con la multiplicidad de las cosas bellas, como, por ejemplo, hombres, caballos, mantos o demás cosas, cualesquiera que sean, que tienen esa cualidad, o que son iguales o con todas aquellas, en suma, que reciben el mismo nombre que esas realidades?; ¿Acaso se presentan en idéntico estado, o todo lo contrario que aquéllas, no se presentan nunca, bajo ningún respecto, por decirlo así, en idéntico estado, ni consigo mismas, ni entre si?
-Asi ocurre con estas cosas -respondió Cebes-; jamás se presentan del mismo modo.
-Y a estas últimas cosas, ¿no se las puede tocar y ver y percibir con los demás sentidos, mientras que a las que siempre se encuentran en el mismo estado es imposible aprehenderlas con otro órgano que no sea la reflexión de la inteligencia, puesto que son invisibles y no se las puede perrcibir con la vista?
-Completamente cierto es lo que dices -respondió Cebes.
-¿Quieres que admitamos -prosiguió Sócrates- dos especies de realidades, una visible y la otra invisible?
-Admitámoslo.
-¿Y que la invisible siempre se encuentra en el mismo estado, mientras que la visible nunca lo está?
-Admitamos también esto -respondió Cebes.
-Sigamos, pues -prosiguio-, ¿hay una parte en nosotros que es el cuerpo y otra que es el alma? -Imposible sostener otra cosa.
-¿Y a cuál de esas dos especies diriamos que es más similar y más afín el cuerpo? -Claro es para todos que a la visible -respondió.
-¿Qué, y el alma? ¿Es algo visible o invisible?
-Los hombres, al menos, Sócrates, no la pueden ver.
-Pero nosotros hablábamos de lo que es visible y de lo que no lo es para la naturaleza del hombre, ¿o con respecto a qué otra naturaleza crees que hablamos?
-Con respecto a la de los hombres.
-¿Que decimos, pues, del alma? ¿Es algo que se puede ver o que no se puede ver? -Que no se puede ver.
-¿Invisible, entonces?
-Si.
-Luego el alma es más semejante que el cuerpo a lo invisible, y éste, a su vez, más semejante que aquélla a lo visible.
-De toda necesidad, Sócrates.
-¿Y no decíamos también hace un momento que el alma, cuando usa del cuerpo para considerar algo, bien sea mediante la vista, el oido o algún otro sentido - pues es valerse del cuerpo como instrumento el considerar algo mediante un sentido - es arrastrada por el cuerpo a lo que nunca se presenta en el mismo estado y se extravia, se embrolla y se marea como si estuviera ebria, por haber entrado en contacto con cosas de esta índole?
-En efecto.
-¿Y no agregábamos que, por el contrario, cuando reflexiona a solas consigo misma allá se va, a lo que es puro, existe siempre, es inmortal y siempre se presenta del mismo modo? ¿Y que, como si fuera por afinidad, reúnese con ello siempre que queda a solas consigo misma y le es posible, y cesa su extravío y siempre queda igual y en el mismo estado con relación a esas realidades, puesto que ha entrado en contacto con objetos que, asimismo, son idénticos e inmutables? ¿Y que esta experiencia del alma se llama pensamiento?
-Enteramente está bien y de acuerdo con la verdad lo que dices, oh Sócrates -repuso.
-Así, pues, ¿a cuál de esas dos especies, según lo dicho anteriormente y lo dicho ahora, te parece que es el alma más semejante y más afin?
-Mi parecer, Sócrates -respondió Cebes-, es que todos, incluso los más torpes para aprender, reconocerian, de acuerdo con este método, que el alma es por entero y en todo más semejante a lo que siempre se presenta de la misma manera que a lo que no. -¿Y el cuerpo, qué? -Se asemeja más a la otra especie.
-Considera ahora la cuestión, teniendo en cuenta el que, una vez que se juntan alma y cuerpo en un solo ser, la naturaleza prescribe a éste el servir y el ser mandado, y a aquélla, en cambio, el mandar y el ser su dueña. Según esto también ¿cuál de estas dos atribuciones te parece más semejante a lo divino y cuál a lo mortal? ¿No estimas que lo divino es apto por naturaleza para mandar y dirigir y lo mortal para ser mandado y servir?-Tal es, al menos, mi parecer. -Pues bien, ¿a cuál de los dos semeja el alma?
-Evidente es, Sócrates, que el alma semeja a lo divino y el cuerpo a lo mortal.
-Considera ahora, Cebes -prosiguió-, si de todo lo dicho nos resulta que es a lo divino, inmortal, inteligible, uniforme, indisoluble y que siempre se presenta en identidad consigo mismo y de igual manera, a lo que más se asemeja el alma, y si, por el contrario, es a lo humano, mortal, multiforme, ininteligible, disoluble y que nunca se presenta en identidad consigo mismo, a lo que, a su vez, se asemeja más el cuerpo.

Antropología Filósofica

El siguiente es el listado de los textos de donde vamos a leer pasajes:

Platón, Fedón
La Biblia. Génesis I-3
Descartes, Meditaciones metafísicas
Hobbes, Leviathan
Marx, Manuscritos de 1944
Foucault, Vigilar y castigar
Foucault, La verdad y las formas jurídicas
Baudrillard, El otro por sí mismo
Eco, El nombre de la rosa
Herzen, Sobre el arte
Marquard, Una pequeña filosofía de la fiesta
Platón, Banquete